Esta semana, rebuscando entre la documentación de cuando escribí La memoria olvidada, me topé con los apuntes sobre Carabeo y su casa cuartel.
La calle Hernando Carabeo tomó su nombre de un miembro de una antigua familia procedente de Vélez Málaga que, tras la reconquista de los Reyes Católicos, adquirieron unas extensas tierras próximas a los acantilados. Fue rebautizada como calle Italia en el año 1937 en reconocimiento al país aliado en la II Guerra Mundial, o como calle Fernando de los Ríos, en honor al destacado político español de principios del siglo XX, considerado una de las figuras más relevantes del pensamiento socialista en este país. No fue hasta 1966 cuando recuperará su nombre original.
Pasear por Carabeo, calle larga que discurre paralela a la línea de costa, es retrotraerse en el tiempo. En sus fachadas aún perduran los vestigios del pasado. Todavía es posible admirar los zócalos, las gambas o los dinteles ornamentados con almendrillas, la piedra natural decorativa de la zona. Los escalones de acceso a la conocida y visitada Iglesia de El Salvador, entre la plaza Cavana y el Balcón de Europa, donde suceden algunos pasajes claves para entender la trama de la novela, dan buena muestra de este arte, lamentablemente en desuso. En esa calle, junto a gente humilde y marengos, convivieron personalidades importantes de la provincia. Entre otros, Modesto Escobar Acosta, empresario malagueño dueño de la Fábrica de Ladrillos y Tejas de la Colonia de Santa Inés en Málaga, o Francisco Giner de los Ríos, filósofo y pedagogo, fundador de la Institución Libre de Enseñanza, entidad educativa y laica creada en 1876 que se basa en un modelo educativo alejado de cualquier dogma religioso, político o moral. Este ilustre personaje veraneaba asiduamente junto a miembros de la familia de Federico García Lorca, en la casa familiar situada en la calle Carabeo. El propio poeta solía acompañar a sus hermanas hasta aquel lugar para que pasaran el verano junto a los Giner de los Ríos.
Y allí, al borde de un acantilado, con unas vistas maravillosas sobre el mar, y a pocos metros del Balcón de Europa, se encuentra el antiguo cuartel de la Guardia Civil de Nerja, conocido popularmente como el cuartel de Carabeo y alrededor del cual gira toda la trama de la novela. Hoy ya no entran ni salen agentes vestidos de verde oliva de ese edificio porque, desde hace más de una década, es el Centro Municipal de Usos Múltiples Clara Campoamor, sede de Protección Civil y de la Escuela Municipal de Música y Danza del municipio malagueño. Cuando empecé a recopilar información para La memoria olvidada fue una de mis primeras e ineludibles visitas al saber que el lugar aún seguía en pie. Si bien es verdad que no se me permitió acceder a su interior con motivo de las medidas del COVID, estar en el lugar donde los personajes de mi novela cobrarían vida fue enriquecedor, y me ayudó a imaginar cómo pudo haber sido la vida en aquel lugar como casa cuartel de la Guardia Civil a finales de los años 40.
El edificio del antiguo cuartel es de planta rectangular y cuenta con dos alturas. En la entrada, a mano derecha, subiendo por una escalera, se accede a un pasillo largo y estrecho lleno de puertas. Allí se encontraban las habitaciones de los guardias civiles y al fondo, frente del acantilado, el despacho y la residencia del capitán del puesto y de su familia. Pisar cada baldosa era andar sobre el pasado. Aquel corredor tuvo que ser testigo de numerosas anécdotas y toma de decisiones entre los miembros del plantel. En aquella época, los integrantes de la Guardia Civil convivían en circunstancias difíciles, teniendo que lidiar entre mantener el orden y la lucha encarnizada y sin tregua con los guerrilleros huidos al monte.
Empaparme de las sensaciones que se desprendían de aquellas paredes, cerrar los ojos y dejar que el oleaje del mar impregnara mi ser y me transportara en aquel viaje al pasado, fue revelador a la par que emocionante. Un escritor de novela histórica ha de recrear ambientes remotos que, debido al transcurrir de los años o los siglos, en la actualidad no existen, y aunque la documentación es esencial, no hay nada mejor que acudir a los lugares que todavía quedan en pie, o al menos en esencia, para que tu imaginación vuele alto y la ayudes a reproducir cuál era la atmósfera de aquella época.
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