Antes de ponerme a escribir una sola palabra de un nuevo proyecto, siempre tengo la novela planificada desde el principio hasta el final. Durante los meses en los que me concentro en estudiar la bibliografía y la ambientación histórica, aprovecho para ir desgranando, pasaje por pasaje, todo lo que sucederá en la trama, empezando por el detonante inicial, los puntos de giro, el clímax, el desenlace y la llamada escena final, conocida como la escena del sofá. Y mientras esto toma forma en mi cabeza, diseño las personalidades de cada uno de los personajes que entrarán en acción. Me tomo mi tiempo para conocerlos a fondo, desde el plano más sencillo como es su aspecto físico, hasta el más íntimo y personal. Imagino, con una precisión casi enfermiza, cuáles son sus miedos, sueños y deseos, como fue su infancia, que manías tiene o qué cosas le sacan de quicio, como se desenvuelve ante situaciones difíciles, cómo afronta las adversidades… En fin, los voy construyendo con paciencia y mucha calma, dotándolos de un abanico minucioso de detalles, con sus luces y sus sombras, como cualquier ser humano. Hasta tal punto los conozco que, a veces, cuando los he concebido, parecen cobrar vida como si fueran de carne y hueso.
El escritor tiene la virtud, cuando escribe, de convertirse en mil personalidades diferentes, tantas, como las de todos los personajes que crea y aparecen en el texto. Cuando uno de ellos dialoga, piensa o actúa, lo hace bajo el rol previamente diseñado por el autor. Me refiero, por supuesto, a los personajes principales, aquellos que llevarán el peso de la historia sobre sus hombros. Los personajes secundarios no suelen ser tan complejos y no requieren tanto tiempo de preparación. Se dice que son planos, porque el escritor no escarba en los sentimientos como sí sucede con los protagonistas de la historia. Sin embargo, a pesar de ello, algunas veces, mientras pones por escrito la escena y desdoblas tu propio yo en esas personalidades, puede ocurrir que un personaje se te rebele durante el proceso de creación, y acabe haciendo lo que le apetece, como si no tuviera por qué ceñirse a lo que le estaba previamente planificado. Eso, que puede ser insignificante en un momento dado, puede tener una enorme repercusión en el hilo de la historia. Por ejemplo, si tu personaje tiene que salir a dar un paseo, ya que de eso dependerá el futuro de la trama, no puede sublevarse y decidir quedarse en casa, porque entonces la historia planificada, no llegará a buen puerto, y habrás de reconducir la situación y reescribirla de otro modo.
De este modo, mientras escribes la historia y, más en concreto, cada escena de la novela, has de estar conjugando la actuación de cada personaje, estar pendiente de su forma de hablar, de pensar y de comportarse y, sobretodo, has de atarlos en corto, para evitar que se te rebelen, porque un personaje insubordinado y desobediente, aunque pudiera ser atractivo y darte alguna alegría inesperada fruto de tu creatividad, suele ser un verdadero quebradero de cabeza.
Lo dicho, a mis personajes les dejo poco margen de maniobra, y si alguna vez se me amotinan buscando su propia libertad, solo les dejo una rendija por la que asomarse. Prefiero recluirlos en la celda cerrada a cal y canto de mi imaginación para evitar males mayores.
Precioso Marivi, he de reconocer que no soy de leer novelas pero me encantan los autobiografías, vivencias, relatos que enseñan, que opinan, que cuentan, que ayudan…quizás pq me dicen de las personas, porque ves la esencia y lo asombroso del ser humano…defecto profesional quizás o más bien mirar más allá, me encanta leerte! Belén