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Las manías de escritor


El escritor es una animal de costumbres, y como cualquiera, atesora un buen puñado de manías. El cúmulo de rarezas y extravagancias del creador de historias suele rayar lo inimaginable. En mi caso, os contaré algunas de ellas, las confesables, por supuesto, porque las otras me las reservo para mí. No vayáis a pensar que soy un bicho demasiado raro.


Suelen decirme que mi caligrafía es uniforme y bonita: “Parece de imprenta”, manifiestan cuando la observan. Y es que soy una enamorada de la escritura a mano. Desde pequeña, si había que presentar algún escrito o trabajo en el colegio o en la universidad, siempre corría de mi parte la autoría de la caligrafía por aclamación popular. Ahora, cuando empiezo a documentarme para un proyecto, los apuntes donde recopilo la información están escritos en su inmensa mayoría a mano. Algún compañero y amigo escritor me ha apuntado, con buena voluntad, la pérdida de tiempo para la búsqueda del dato preciso, pero me compensa pasar las páginas y sentir el tacto del papel entre mis dedos, en lugar de teclear la palabra clave en el buscador del word y acceder a la información al instante. Además, el trabajo de puño y letra, algo lamentablemente en desuso en los últimos tiempos, es algo único y personal.


La planificación de la novela también la escribo a mano en cuadernos. Pero no creas que cualquier cuaderno es el apropiado. Este tiene que tener unas características concretas: ha de ser de tamaño cuartilla, con páginas en blanco, ni de rayas ni de cuadros, y no han de tener, bajo ningún concepto, anillas sino el lomo encolado. Por si esto no fuera suficiente, el color exterior ha de ser neutro, preferentemente en tonos tierra, sin dibujos ni símbolos. Si te parece fácil, intenta hallar algún cuaderno de semejantes características en la papelería del barrio. A tal grado llega el antojo que, alguna vez, me he visto obligada a detener un proyecto hasta encontrar dónde poder continuar para seguir escribiendo. Hoy día me he vuelto previsora, y recopilo en casa cuadernos con estas particularidades a la espera de su próximo uso.


Si nos centramos de la escritura en los cuadernos, tiene que ser con tinta azul, nunca en negro, con rotulador de una marca conocida, jamás en bolígrafo, aunque sí utilizo el color para resaltar datos relevantes para agilizar la localización con mayor facilidad. En la planificación, atribuyo a cada personaje un color, de modo que, cuando leo el pasaje antes de empezar a escribirlo, me resulta fácil distinguir las personalidades de cada uno de ellos.


A la hora de escribir, lejos de tener un espacio propio a modo de escritorio o despacho, suelo tener la capacidad de adaptarme al entorno, entre otras cosas, porque no me queda más remedio. Lo mismo tecleo en el ordenador sobre la mesa del comedor, en la buhardilla o incluso mientras viajo. Es preciso robarle horas al reloj y aprovechar al máximo el tiempo. De fondo, escucho siempre la misma canción, una melodía de cabecera que eleva mi inspiración como un resorte desde las primeras notas. Ha de ser esa canción, y no otra, como si la obsesión alcanzara cotas de excentricidad y condicionara mi creatividad.


Esas son algunas de mis manías. Sin ellas, no soy capaz de crear historias y dar vida a los personajes.





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