Aún siento la emoción destilar en cada poro de mi piel, y los nervios aflorar en la garganta. El lunes por la tarde, en la Casa de la Cultura de Arroyo de la Miel, Benalmádena, se presentó “La memoria olvidada”. Lo hice arropada de familiares, amigos y lectores anónimos que quisieron acompañarme.
A la hora prevista, tras cinco minutos de cortesía, mi querida profesora de literatura, Pepa Cejas, tomó la palabra. Hizo una exposición brillante, como ella, sobre su opinión como lectora de la novela en un ejercicio de objetividad tratando que no se le notase el cariño mutuo que nos profesamos. Y allí, a su lado, cinco alumnos de Aleizateatro del Colegio Maravillas, mi colegio, pusieron voz y sentimiento a los textos. Interpretaron varias escenas de la novela, y mientras leían, el auditorio callaba. Un silencio vibrante, y a veces tenso, se filtraba irremediablemente entre las palabras. Porque, al talento de esos chicos, había que añadir la tensión de la trama de una época oscura de nuestra historia más reciente. Reconozco que al oírlos fue como si escuchase por primera vez las peripecias y los acontecimientos sufridos por algunos de mis personajes, como si la propia historia hubiese iniciado un camino independiente, alejada de quien la creó y le dio vida. Sentir el pánico de Antolín, el joven republicano que sacó de la cama a Clemente, un pescador sin ideales políticos, y consiguió echarlo al monte evitando así un ajuste de cuentas. O sufrir por un instante el martirio y las represalias que tuvo que soportar Carmela, la mujer de Clemente, cuando los guardias civiles no dieron caza a su esposo, y se desquitaron a gusto con ella.
El país que olvida su pasado está condenado a repetirlo. La historia de la humanidad es un claro ejemplo de ello. “La memoria olvidada” es un canto a recordar a las generaciones que nos precedieron, a ponerlas en valor, para que su ejemplo y sacrificio no sea borrado por los avatares del tiempo.
Una de las personas a las que le firmé un ejemplar me comentó que le sorprendía que fuese alguien de mi edad quien tratase de retratar esa etapa tan terrible. Normalmente, apuntó, son personas de una o dos generaciones anteriores a la mía las que escriben sobre este periodo. Una vez terminado el acto, me quedé pensando, que todavía tenemos el privilegio de disfrutar de personas mayores, hijos y nietos de quienes sufrieron aquel horror, ese dolor y sufrimiento que zarandeó España tras el levantamiento contra la República y la guerra civil que partió en dos a los españoles. Y que cuando se marchen, sus voces se apagarán silenciando muchos episodios desconocidos para las generaciones futuras. Entonces, una pequeña semilla del orgullo brotó en mi pecho. No por vanidad ni nada que se le parezca, sino porque quizá mi trabajo haya podido contribuir a que esos episodios tremendos se recuerden, que no se olviden. Algo así jamás tendría que volver a suceder.
De este modo transcurrió la tarde, modelada con martillo y cincel en la escultura de mis recuerdos.
En palabras del maestro Gabriel García Márquez: La muerte no llega con la vejez sino con el olvido”. Hagamos entre todos un canto a recordar y honremos la memoria de quienes lucharon por la libertad aún a costa de perder su propia vida. Esas personas, la mayoría sacudidas por una guerra en la que fueron convidados de piedra, no tuvieron otra opción y se vieron arrastrados por sus destinos.
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