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Perdiendo el anonimato



El año pasado, cuando comencé a buscar editoriales a las que pudiera encajarles el manuscrito por su línea editorial, me di cuenta que muchas de ellas solicitaban un informe de redes sociales para entrar a valorar la novela. ¿Qué es eso?, pensarás. ¿Qué tiene que ver con la literatura? Hoy día, como casi todo en esta sociedad de consumo, la cosa va de ventas. ¿A cuánta gente eres capaz de llegar con tus redes sociales? ¿Tienes seguidores en Facebook, Twitter, LinkedIn o Tik Tok? Con independencia de que el texto sea o no bueno o que sea capaz de atrapar al lector, si llegas a miles de personas quizá el asunto les interese. Las editoriales, como cualquier empresa privada, valoran las ganancias antes de lanzar al mercado cualquier producto. Así de simple y así de obvio.

Imagina cualquier personaje público que sale a diario en los medios de comunicación. Si esa persona saca una novela, a muchas editoriales les apetecerá publicarla solamente por el hecho de venir de quien viene. Con independencia del género literario que ofrezca esa editorial en concreto, la repercusión mediática de ese personaje le asegura un buen puñado de miles de ejemplares vendidos incluso antes del lanzamiento.


Luego estoy yo, una escritora nobel que contacta con ellos con su primera obra bajo el brazo, y que siempre ha tratado de proteger su intimidad. Cuando me enfrenté al informe de redes que solicitaban para enviarles el manuscrito, me percaté de que mi cuenta de Facebook era personal e insignificante, que no tenía Twitter, Instagram, LinkedIn o Tik Tok, ni siquiera una página web para darme a conocer. Eso me desanimó al principio, porque tuve que descartar algunas opciones al no poder ofrecerles nada interesante en ese sentido.


Entonces, mi marido y yo nos pusimos a trabajar. Abrimos un perfil de Twitter, Instagram y LindkeIn para promocionarme como escritora, dejando de lado mi faceta más íntima y personal, aunque eso supusiera perder mi anonimato. Y él, ingeniero informático, me hizo una web elegante e intuitiva, y me convenció para escribir cada semana una entrada de blog con la intención de relatar las pericias y experiencias que voy acumulando en este mundo difícil y fascinante. Y aquí estoy, como cada jueves, tecleando sin parar para sacar adelante esta entrada a contrarreloj. Esta vez, con menos tiempo para prepararla del que hubiese deseado. Las obligaciones familiares y profesionales han consumido casi todo el ocio disponible de los últimos días.


Si bien es verdad que mi andadura acaba de comenzar, me satisface enormemente ver como se está desarrollando todo el proceso. Hoy, mi cuenta de Twitter tiene 322 seguidores. La web sobrepasa las 1.700 visitas desde su puesta en marcha el 16 de diciembre del año pasado, alcanzando ya a más de 20 países. y sigue creciendo sin apenas publicidad. Me satisface observar cada semana como los lectores acuden a la entrada del blog para leer, y que el tiempo medio de permanencia en la web ronda los 7 minutos y 20 segundos. Sí, quién entra en la página lee, y eso, para un escritor, es el mejor regalo y una dosis de motivación extra que nos anima a seguir cultivando nuestra pasión.


Cuando le daba vueltas a la cabeza sobre qué escribir en la entrada de esta semana, recordé que un escritor sin lectores es como un perro pastor sin rebaño. Ahora están saliendo a la luz las primeras reseñas de “La memoria olvidada”, y esta mañana, al llevar al colegio a mi hijo, una madre me ha agradecido la compañía que la novela le ofrece, cuando cuida en el hospital a su familiar recién intervenido de una operación quirúrgica. Estas cosas me dan una fuerza grandiosa para estrujar las horas del reloj, y sacar tiempo de donde pueda, aunque eso suponga sacrificar mi anonimato y lanzar mi perfil como escritora.




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