El pasado viernes, a última hora de la tarde, la editorial me remitió el informe de la correctora sobre la novela. Nerviosa, abrí el fichero y casi me caigo del susto al comprobar la cantidad de notas, palabras coloreadas remarcando repeticiones, y errores garrafales en algunos signos de puntuación que aderezaban cada página del manuscrito. No sé escribir ni sirvo para esto, pensé de inmediato, cuando la ansiedad hizo acto de presencia. Poco a poco fui relajándome y me centré en analizar cada una de las correcciones. Luego, un amigo escritor con el que de casualidad habíamos quedado este fin de semana, consiguió tranquilizarme. Todos hemos pasado por ahí, dijo esbozando una leve sonrisa. Si el informe es demoledor, la editorial es seria y realizan un trabajo concienzudo, añadió como respuesta.
Esas palabras de ánimo actuaron como un resorte, porque cambiaron el prisma desde el que miraba. Decidida, inicié el trabajo de aceptar, rechazar o modificar cada incidencia, sabiendo que es otro paso más en el largo camino para que la novela vea la luz. He trabajado durante la semana echándole todas las horas posibles, y ya he completado una primera lectura y voy por la mitad de la segunda revisión.
Confieso la sorpresa ante lo obvio de algunas faltas de puntuación o repeticiones. Antes de enviar la novela a la editorial, yo misma hice cinco lecturas para limpiar el texto. Además, dos compañeras escritoras, lectoras cero, leyeron el manuscrito para darme su opinión y, por si no fuese suficiente, encargué un informe de corrección y de lectura a una profesional independiente. Y todos esos filtros pasaron por alto las notas que, ahora sí, aparecen destacadas en el fichero recibido como incidencias para que trabaje en ellas.
Mi labor ahora es releer una por una las propuestas de modificación. Puedo aceptarlas, rechazarlas, o bien, proponer alternativas. Una vez haga esto, devolveré el manuscrito a la editorial para una nueva revisión. Entonces, cuando ella considere las rectificaciones, lo recibiré de nuevo, y veremos qué sucede.
En alguna ocasión, he leído como las erratas se cuelan en los libros de las editoriales más prestigiosas. Os puedo asegurar que no me sorprendían en su momento, ni lo hace ahora. Porque el cerebro, pasado un tiempo, mientras lee, da por supuestas palabras que no aparecen en el texto o, al menos, no escritas correctamente.
Espero, y así estamos trabajando, que la novela publicada contenga las menores incorrecciones posibles, para goce y disfrute del futuro lector.
Cuando la semana pasada mi dijiste que la editorial te envió el manuscrito para revisarlo, yo sabia que te iba a pasar lo que has contado en esta bonita descripción. Y es que siempre pasa. Hasta los mas ilustres escritores han sufrido en sus carnes esta desesperación. Lo se porque he leído mucho acerca de ello, no porque yo sea un destacado en este oficio, mas bien al contrario.
Para tu tranquilidad te regalaré un ejemplo que se me acaba de ocurrir.
Imagina que tu novela es un aceite muy viscoso, tu juntas la manos en forma de cuenco y alguien lo vierte en ellas. Al rato comprobarás que alguna gota de ese aceite se derrama a través de algún…