Esta semana, al fin, se ha puesto a la venta La memoria olvidada después de años de dedicación y duro esfuerzo. Una mezcla de sentimientos me agita desde entonces de manera constante. Alegría, nerviosismo, ilusión, respeto, miedo. Si he de destacar uno entre todos sería, sin lugar a dudas, el vértigo; un vértigo inmenso hacia al abismo, como si pasease al borde de un acantilado, y cualquier mal paso pudiera hacerme caer al vacío.
El lanzamiento de cualquier obra supone la exposición pública del autor, desenmascarar el anonimato que lo ha envuelto, porque hasta ese instante, el trabajo del escritor, como el de cualquier otro artista, ha sido muy hacia adentro. Horas y horas trabajando en soledad, acompañado solo de tus personajes y sus vivencias, enredándote en las tramas y sus desenlaces. En definitiva, viviendo otras vidas además de la tuya.
El escritor está inmerso en un continuo aprendizaje, y el momento en el que me encuentro, como me ha aconsejado un gran amigo escritor, es otra fase más del proceso. Piensa, me decía, que has puesto lo mejor de ti, y que el manuscrito ha pasado por diversos filtros, el de la editorial y el de los correctores de esta, con lo que el trabajo es profesional y serio. No has lanzado el libro al público sin más, sino que hay una labor previa y concienzuda de personas versadas en la materia, que por diversos motivos, han decidido apostar por la novela.
Y a esa reflexión sabia trato de agarrarme cuando los nervios rayan la ansiedad y el corazón se acelera en el pecho, porque el libro acaba de nacer para el mundo, volará alto surcando los cielos o se estrellará irremediablemente en función de quienes abran sus páginas y se adentren en la historia. Ese riesgo es el que corren todos los artistas cuando dejan marchar sus obras y la someten al juicio del público.
Ahora, la novela emprende un camino independiente, fuera de mi control, y he de aceptar las opiniones soberanas de los lectores. Habrá a quien el libro le agrade, y a quien le disguste, porque son ellos los que mandan finalmente, y quienes dictarán sentencia. Solo anhelo que los comentarios que reciba sean, en su mayoría, constructivos y me ayuden a mejorar en futuros textos, aunque también debo prepararme para leer las críticas menos favorables, y darles la justa medida que les corresponde.
Estimado lector, en tus manos pongo mi trabajo para que le ayudes a surcar los cielos.
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