En la vida surgen imprevistos, de esos ineludibles, que trastocan tu rutina. Doy las gracias porque no son de gravedad, pero sí son pequeñas piedras en el camino que han de ser sorteadas de la mejor manera posible, llenándome las alforjas de optimismo y paciencia.
Soy madre, esposa, mujer trabajadora y, en mis pequeños ratos de ocio, proyecto de escritora novel. En la última semana este aspecto se ha visto reducido a la mínima expresión. He intentado robarle horas al sueño, aprovechar la siesta de mi niño para arañar minutos al reloj, o darle vueltas a las escenas en mi cabeza mientras paso la aspiradora o hago la cena. La inspiración hierve dentro de mí solicitando su espacio para salir, pero las obligaciones son poderosas y reclaman toda mi atención.
A veces ese sentimiento de vacío por no poder dedicarme a mi verdadera pasión consigue alterarme el ánimo, desequilibrar mi día a día. Entonces, toca apretar los dientes para tirar hacia adelante, sabiendo que tarde o temprano, conseguiré sortear los obstáculos que me impiden viajar a esos mundos, vivir las aventuras de mis personajes y alcanzar la felicidad tecleando mil y una historias en el ordenador.
Esta semana hubiese deseado que el día tuviese más horas de reloj para dedicarlas por completo a escribir, a hacer avanzar la trama de la nueva novela, pero las cosas son como son, y toca conformarse. Hasta que el camino no se despeje, me veo obligada a resignarme para dejar que todo vuelva a la normalidad, conteniendo la inspiración que fluye en mi cabeza. Solo espero que la misma tenga más paciencia que yo, y que cuando esté lista para continuar el proyecto, no me abandonen las musas.