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Educar leyendo

Niño leyendo
Niño leyendo un libro

Hace unos días la OCDE publicó el Programa para la Evaluación Internacional de los Estudiantes, conocido como el informe PISA, un estudio que mide el rendimiento académico en materias como las matemáticas, la ciencia y la lengua en alumnos de quince años. El resultado obtenido por España, lejos de ser ninguna sorpresa, sí ha sido preocupante. Nuestro país registra los peores datos desde el año 2000, fecha en que comenzaron a medirse los niveles educativos de medio mundo, retrocediendo, dice el informe, en casi todas las materias en que los alumnos fueron examinados. El único aspecto positivo, lo que es un alivio, es que seguimos manteniendo cierto nivel en el ámbito de las Ciencias. Resulta paradójico achacar la falta de calidad académica de nuestros estudiantes a los efectos de la pandemia, al cierre temporal de los centros educativos durante aquellos meses fatídicos de reclusión total, o al abuso de los teléfonos móviles y pantallas de todo tipo. Quienes están al frente de las instituciones educativas incluso justifican que la bajada en los resultados sea debida al descenso en la implicación de los progenitores en la enseñanza de sus hijos. Este tipo de declaraciones las he oído y leído a los políticos de turno, responsables directos muchos de ellos del sistema educativo de este país. No entraré en rebatir punto por punto estos argumentos que me resultan pueriles, porque entraría de lleno en el plano político, del que prefiero guardarme mi opinión.


Sin embargo, sí haré hincapié en la importancia de la implicación de los padres en la enseñanza de sus hijos. Vivimos en una sociedad exigente, llena de obligaciones donde el tiempo libre escasea, por no decir que en ocasiones es prácticamente nulo, limitado por unas obligaciones profesionales cada vez más absorbentes. Volcar la responsabilidad de la educación de las generaciones futuras únicamente en los colegios también me parece injusto. Lo ideal sería encontrar ese equilibrio que permita sobrellevar conjuntamente la enseñanza tanto en casa como en el colegio. Y para eso, en primer lugar, el político ha de tener una voluntad seria de cambiar las cosas poniendo remedio al deterioro constante en un asunto de suma importancia para un país como es la educación.


Para quien no lo sepa, tengo un niño de cinco años revoltoso e inquieto como el que más. Mi pequeño terremoto está aprendiendo a leer, y os puedo asegurar que su padre y yo somos ávidos lectores. Él puede vernos un domingo por la tarde con un libro entre las manos, devorar una novela en la cama justo antes de acostarnos, o regalar libros a nuestros amigos y familiares cuando la ocasión es propicia. Creemos firmemente que la mejor enseñanza que se le puede dar a un niño es el ejemplo de quienes tiene alrededor, y en eso en casa ambos somos uno.


Os confieso que después de un día trabajo lo que me apetece sería tirarme en el sofá y ponerme sin más a disfrutar de una serie de televisión, ojear mi teléfono móvil para ver si he tenido algún mensaje que me ha resultado imposible contestar antes o echar un vistazo a las redes sociales. No porque leer me cueste si no porque a veces la mente está agotada y solo quiere dejarse llevar con cosas mundanas. Entonces pienso en mi hijo, y una fuerza interior se apodera de mí obligándome a tener hábitos saludables. Solo leyendo seremos capaces de pensar por si mismos y tener opinión propia.


Un libro es un ventana única a cualquier lugar, una aventura a otra época, pasada o futura. Leer es sentir en tu piel las emociones de mil personajes diferentes. Sufrir, reír, llorar y amar. Todo eso se vive leyendo.


Al hilo del inicio de esta entrada de blog, os dejo una reflexión. Si las generaciones actuales carecen del hábito de la lectura, porque así lo demuestran los datos, podría suceder que cuando sean padres será poco probable que puedan inculcarles el amor por la literatura a sus hijos. Quizá mañana a mi hijo no le agrade leer, es una posibilidad, pero no será porque en casa haya faltado un libro en el que adentrarse.


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