Esta semana me he visto inmersa en un doble desastre: el histórico, al continuar indagando sobre el cómo, el cuándo y el qué sucedió hace más de quinientos años para mi nuevo proyecto, y en el del propio manuscrito, aunque quizás lo de desastre sea un término exagerado.
En la constante labor de documentación me he topado con un detalle relevante, desapercibido hasta ese momento, que ha derivado en la necesidad de modificar unas cuantas escenas. Así es la vida del escritor de novela histórica, transitar por un sendero inestable, que te obliga en ocasiones, a desandar el buen trecho del camino ya recorrido.
Estudiar en profundidad un suceso real, tener certeza de un hecho, como es la hora aproximada en la que dio comenzó la catástrofe, puede desdibujar y alterar la trama sobremanera. En mi caso, supuse que el fatídico episodio acaeció por la mañana temprano, porque en el proceso previo de documentación, nada me había indicado lo contrario.
Pero al seguir investigando, he constatado que se desencadenó en torno a las veinte horas de la tarde noche de aquel fatídico día. Ese simple dato podría hacer variar los hechos vividos por los personajes en la historia, y por ende, que el manuscrito no sea lo suficientemente fidedigno. Es cierto que las fuentes han de ser fiables, en esta ocasión, así lo muestran, por lo que no me queda más remedio que retocar, por no decir, reescribir parte de esas escenas.
Aunque eso no desvirtúe la trama, porque la novela está planificada de principio a fin, si altera lo trabajado en las últimas semanas. Así que ahora toca repasar lo escrito, salvar aquello que pueda, o si no hay por dónde cogerlo, hacer borrón y empezar de cero.
Como ya he comentado, la labor constante de documentación de una novela no finaliza nunca, ni siquiera cuando has puesto el punto final al manuscrito. Porque cuando la concluyes te asaltan mil dudas, por si no pusiste el empeño suficiente en documentarte, o no llegaste a dar con la bibliografía que recoge exactamente lo que andabas buscando, y que serviría para afianzar los puntales del texto completo. Es en ese punto preciso de inseguridad, donde tienes que autoconvencerte que has dado lo mejor de ti, que la trama lo vale, y que quizás el lector puro de novela histórica pueda perdonarte si en un momento dado has obviado, por desconocimiento, algún asunto de importancia, que haga que todo se tambalee.
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