Toda novela requiere un proceso de documentación riguroso y exhaustivo. Con independencia de cuál sea el género, el escritor ha de recopilar información para ambientar la trama. En mi caso, al ser escritora de novela histórica, la tarea es a la par complicada y apasionante. Sumergirme en épocas pasadas constituye un desafío. Adoro indagar en la historia para reflejar con fidelidad la vida de los personajes. Antes de escribir la primera palabra del manuscrito, he de dilucidar cómo vivían las personas en esos años, cómo vestían, qué alimentos consumían, cuáles eras sus creencias... La lista, como podrás imaginar, es interminable. Pero es vital completar ese trabajo previo.
El proceso de formación suele durar alrededor de seis meses. Mientras la trama va cogiendo forma, estudio, leo, y contacto con personas versadas en la materia. Historiadores, catedráticos y profesores de universidad, otros escritores, asociaciones de todo tipo, incluso supervivientes, con todos ellos he contactado para alguno de mis proyectos. Aportan verosimilitud al texto, algo imprescindible para realizar un trabajo de calidad.
Narrar novela histórica es un ejercicio vibrante. Conjugar los hechos históricos con la trama ideada en tu cabeza es laborioso, tanto que, cuando no sabes por dónde seguir, has de continuar indagando, hasta que la pieza del puzzle encuentra el encaje perfecto. A veces, me imagino como un pirata a la búsqueda de un tesoro escondido. Una vez logras el engranaje, llega la hora de plasmarlo sobre el papel. En alguna ocasión, buscando documentarme, he leído sobre cualquier aspecto que, al principio, pudiese no tener importancia. Pero al escribir todo se ve reflejado, aunque no te des cuenta. Y eso el lector, lo palpa inmediatamente.
En la actualidad, me encuentro escribiendo mi segunda novela. Mientras tecleo en el ordenador cada pasaje, sigo hurgando en la historia para añadir al guiso especias de veracidad, capaces de dejar un buen sabor de boca.
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