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Las voces perdidas


Anciano sentado en un banco del parque
Anciano sentado en un banco del parque

Los escritores de novela histórica tenemos complicado poder entrevistar, por razones que a nadie se le escapa, a personas de carne y hueso que vivieron los acontecimientos que deseamos reflejar en nuestros libros. Las fuentes para documentarnos se nutren principalmente, como sucede con el resto de autores, de bibliografía especializada en la época en la que se desarrolla la trama, alguna novela ambientada que nos sirva para sumergirnos donde otros han trabajado o, incluso, si tenemos la suerte, poder dialogar o mantener correspondencia con historiadores o catedráticos con un bagaje reconocido sobre esa materia en particular.


En La memoria olvidada tuve la fortuna de intercambiar opinión, y ser aconsejada por un gran historiador especialista a nivel nacional en la guerra civil y en la posguerra española. Nunca podré agradecerle el tiempo que me dedicó durante meses mientras me documentaba. Eso me dio bastante seguridad sobre lo serio de mi trabajo. La novela, como a estas alturas conoces, está ambientada a finales de los años 40 en la comarca de la Axarquía, una zona en la parte oriental de la provincia de Málaga donde los guerrilleros se hicieron fuertes en la sierra. El género estaría a caballo entre la narrativa contemporánea y la novela histórica. Algunos establecen el límite para considerar una novela como histórica hasta la I Guerra Mundial, mientras que para otros, al haber pasado ya ochenta años en este caso, y describir una ambientación y un estilo de vida que ya forma parte del pasado, no tienen ningún inconveniente en encuadrarla en el género histórico. Sin pronunciarme sobre esta disyuntiva, que podría dar para otra entrada de blog, lo cierto es que durante el trabajo de investigación, tuve la inmensa fortuna de poder contactar con un señor, que solo era un chiquillo, cuando los trágicos sucesos que relato en el libro zarandearon su vida tranquila en Frigiliana, un pueblo de la Sierra de Almijara y Tejera. A sus más de noventa años, me relató con minuciosidad numerosos acontecimientos vividos por él mismo o transmitidos por sus propios padres o abuelos. Recuerdo con cariño como me abrió las puertas de su casa, para enseñarme con la ilusión de un niño, la biblioteca especializada que atesora sobre los maquis. Incluso, pude sostener entre mis manos las fichas originales de algunos de aquellos hombres que tuvieron que echarse al monte, y que guarda como un auténtico tesoro. Pero lo que más me asombró fue la frescura y lucidez de su mente. A pesar de las vicisitudes del tiempo, su memoria se niega al olvido, y recuerda, con una precisión milimétrica, el nombre, los apellidos, cada mote como eran conocidos los huidos y, lo que más me sorprendió, la fecha exacta y el paraje o lugar donde el maqui fue abatido o detenido por las fuerzas del orden.


Os puedo asegurar, que aquella tarde de finales de verano, se ha quedado grabada en mi retina como uno de los momentos más especiales de mi primera novela publicada. La lección de historia que me brindó, no me la dio ni el mejor de los libros que me sirvieron para documentarme, y eso que fueron muchos y variados. El poder de la palabra es mágico porque es capaz de albergar sentimientos. Y poder dialogar con alguien, que vivió los años convulsos de esta tierra, que oscurecieron nuestro pasado, es sencillamente impagable.


El lunes estuvimos de visita en Frigiliana con unos amigos navarros a los que quise llevar a ese rincón de mi tierra. Nada más llegar, pregunté por él a unos vecinos con los que nos encontramos, y me dieron norte enseguida de dónde solía pasar su tiempo al fresco de la mañana. Junto a la farmacia, al lado del puesto de la policía local del pueblo, lo encontré acompañado de su inseparable bastón, y de una docena de hombres de su quinta. Estaba feliz, con esa dulzura de la edad reflejada en su rostro, y esa mirada empequeñecida y vidriosa a consecuencia del paso de los años. Sentí satisfacción cuando me dijo que la novela le había gustado mucho. Para mí, no había una opinión más importante. Al marcharme para continuar disfrutando de las vacaciones, volví la vista atrás un momento, y contemplé en la distancia, a aquel buen hombre con ese pasado tan tremendo sobre sus espaldas. Recuerdo pensar, que cuando aquella magnífica y sufrida generación se marche, muchas de sus vivencias, las que no hayan sido reflejadas en los libros de historia o en las novelas ambientadas de una época, se perderán para siempre. Una lástima no darles voz a todos esos hombres y mujeres de bien, para que reflejen el sentir de aquellas gentes, en aquella etapa tan crucial en nuestra historia, llena de penurias y miserias, y dejen el legado a las generaciones futuras y aprendan a valorar el sacrificio que hicieron para crear los cimientos de nuestra sociedad actual.


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