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Escribir en vacaciones


Una mujer andando por la playa
Huellas de mujer sobre la arena

Las vacaciones son, aunque suene a tópico, uno de los mejores momentos del año. Trabajas con ahínco durante meses para disfrutar del merecido descanso y olvidarte de la esclavitud del reloj durante unas cuantas semanas. En pocos días acabaré las mías y, aunque no vaya a recordarlas precisamente como las mejores que haya tenido por circunstancias que no vienen al caso, afronto el nuevo curso escolar, si se me permite el símil, con importantes decisiones personales tomadas. Entre ellas, la de intentar acabar este año el primer borrador del nuevo proyecto.


Es paradójico reconocer que, por más tiempo libre que tenga, me resulte hasta complicado buscar un hueco para escribir. La razón es simple: al hacer más vida al aire libre, realizar actividades propias de esta estación como ir a la playa, darme un baño en la piscina, disfrutar de la compañía de amigos o salir a cenar, a veces sea imposible y hasta inoportuno, llevarme el ordenador a cuestas. Y no hablamos cuando los horarios se alteran, y las rutinas se desvanecen volviéndolo todo del revés. Me encantan exprimir estos días de cierto desorden, no vayas a creer que no. Pero suelo ser un animal de costumbres, y al tener un pequeño de cuatro años recién cumplidos, hay que mantener cierto equilibrio que consiga controlar el desmadre.


Por esas razones, tras sopesarlo con detenimiento, he llegado a la conclusión que el verano, en mi caso, no es un momento idóneo para escribir, aunque pudiese parecer lo contrario. Y no lo digo porque no me haya puesto a darle a tecla cuando he podido o me ha apetecido, sino porque el resto del año, con los horarios encorsetados, el ritmo endiablado del día a día y el escaso tiempo libre de cada jornada, anhelaba esos momentos de desconexión, de válvula de escape que solo el oficio de escribir es capaz de ofrecerme. Eso, que liberaba mi espíritu y me empujaba a proseguir, no lo ansío tanto cuando estoy de vacaciones. Quizá sea porque mi mente y cuerpo están relajados y eso desvanezca la necesidad de desconectar, del que sí sufro con frecuencia cuando los días se acortan y las noches se alargan. En verano, por tanto, me dejo llevar por lo que surja. En este, además, he sufrido un bloqueo considerable. Solo en los últimos días he sido capaz de sumergirme de nuevo en la trama, embutirme en las vidas de los personajes, y recuperar la senda por la que transitaba antes del parón veraniego. Si bien es verdad, cuando no avanzo como quisiera suelo esforzarme en realizar otras tareas, como seguir buscando información o madurar los próximos pasajes del texto en mi cabeza. Como ya habrás leído en otras entradas del diario, un escritor nunca descansa. Al dedicarme a la novela histórica, la incertidumbre suele asaltarme más a menudo de lo que desearía, y me veo obligada a constatar de manera constante la documentación que manejo por si mantiene fiel al rigor histórico o he pasado por alto algún detalle que pudiese hacer tambalear los cimientos de la estructura.


En fin, que las vacaciones son para saborearlas y aprovecharlas al máximo haciendo aquellas cosas que se ven encorsetadas durante la rutina por la falta de tiempo. Recordaré las de este año por hacerme recapacitar, ponerme los pies en la tierra, y aprender a valorar lo realmente importante. También por el reto que me he puesto a mí misma. Intentar acabar la nueva novela antes de final de año. Ojalá las musas me acompañen y pueda lograrlo.











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